San Juan considera que la fe en Jesucristo y el amor fraterno constituyen el supremo mandamiento de Dios. La fe y el amor, el principio y el fin de la vida, trabados en unidad, nos traban en esa misma unidad a unos con otros y a todos con Dios. La fe en Jesucristo y el amor fraterno son la expresión viva del amor a Dios, nuestro Padre querido. En esas dos realidades, indisolublemente unidas, radica la esencia del evangelio.
El camino de la perfección está en creer en Dios, confiar plenamente en él y ponerse en sus brazos para que se cumpla en todo su divina voluntad, y, a la vez, en entregarse de manera absoluta al servicio del prójimo con obras de amor. Creer y amar. Con esas dos cosas basta para cumplir en plenitud la ley divina y ser un cristiano como Dios manda.